top of page
  • Foto del escritor

Racismo en México.

Antequera, Nueva España. Diciembre de 1818. Proveniente de San Pablo Guelatao, un adolescente físicamente poco agraciado y de rostro pétreo llega a la muy noble ciudad. Como el púber no domina la lengua de Castilla, pregunta, utilizando una mezcla de señas y las pocas palabras del castellano que conoce, en dónde se encuentra la casa de Antonio Maza, en la cual su hermana Josefa trabaja como empleada doméstica. 


Los habitantes blancos al mirar su fisonomía indígena y su vestimenta, hecha de manta, murmuran: “¡Indio yope!”. Pocos de aquellos caucásicos imaginan que aquel pastor de ovejas, llamado Benito Juárez, llegará a ser presidente de la Suprema Corte de Justicia y mandatario de un país que surgirá de las ruinas del decrépito Imperio español: México.



Las escenas arribas descritas sirven como prefacio al presente artículo, el cual pretende explicar qué es el racismo y analizar, a la luz de los recientes acontecimientos ocurridos en la Unión Americana, cómo esta discriminación se ha comportado históricamente en México.


Para el diccionario Reymo, el racismo es “una doctrina político-social según la cual unas razas son superiores a otras”. Por su parte, el repertorio Larousse define racismo como “una ideología que afirma la superioridad de un grupo racial respecto a los demás y que preconiza, en particular, la separación de estos grupos dentro de un país, por segregación racial, e incluso su eliminación”.


En 1519, los españoles arribaron a las playas de Veracruz y comenzaron su labor para demoler al poderoso Imperio mexica. En agosto de 1521, México-Tenochtitlán capituló ante el aventurero ibérico Hernán Cortés y sus aliados indígenas. Inmediatamente, los conquistadores españoles impusieron su idioma y cosmovisión en la colonia a la cual denominaron Nueva España.


Aquellos imperialistas estaban intoxicados ideológicamente por dos conceptos aprendidos durante la Reconquista- la lucha de casi ocho siglos librada para expulsar a los invasores musulmanes de la península ibérica: primero, “la sangre azul” significaba que, a diferencia de los moros de piel aceitunada, los españoles tenían la piel blanca; segundo “la limpieza de sangre” era una política aplicada por la Inquisición para, después de 1492, expulsar a los judíos y musulmanes que clandestinamente practicaban la religión de Abraham o de Mahoma.


Los españoles aplicaron una versión de “la limpieza de sangre” en la Nueva España porque dividieron a la sociedad novohispana en castas: en la punta de la pirámide, se ubicó a “la gente decente”. Es decir, los españoles nacidos en la península, denominados peninsulares y sus descendientes germinados en la colonia, llamados criollos; seguían los mestizos, mezcla de europeo e indígena, a los cuales denominaban “españoles de segunda”; y, finalmente, “la plebe”. Es decir, la mixtura de europeo y negro (mulato) o de indio y negro (zambo) aunada a los asiáticos provenientes de las Filipinas.


Las terribles desigualdades socio-económicas y los cambios geopolíticos –la independencia de los Estados Unidos y la invasión napoleónica de España- provocaron el sentimiento independentista entre los novohispanos. En septiembre de 1810, el cura Miguel Hidalgo y Costilla inició la lucha de Independencia. 


En las filas insurgentes, había criollos, mestizos, indios y negros, quienes invocaban la protección de Tonantzin, la Virgen Morena: María de Guadalupe; en los realistas predominaban los peninsulares, los criollos y los mestizos, quienes pedían el amparo de la Virgen de los Remedios.


Por lo tanto, el movimiento insurgente adoptó un “carácter mesiánico, indigenista y de igualitarismo cristiano”1 que fue expresado soberbiamente por un cura pueblerino: José María Morelos y Pavón, quien en sus Sentimientos de la Nación expuso lo siguiente: “Que la esclavitud se proscriba para siempre, y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales y sólo distinguirá a un americano de otro, el vicio y la virtud”.


En 1821 se consumó la lucha de Independencia y las castas fueron abolidas. Sin embargo, un racismo sutil pervivió: Vicente Guerrero, descendiente de esclavos africanos, era llamado peyorativamente El Negro por la “gente decente”. Por su parte, Benito Juárez soportó invectivas que hacían referencia a su origen indígena.


En México jamás institucionalizó el racismo como política de Estado, como ocurrió en la Alemania nazi y en la Sudáfrica del Apartheid. Sin embargo, durante la dictadura de Porfirio Díaz, se instituyó una política de exterminio contra los yaquis y los mayos de Sonora y se utilizó a los mayas como esclavos en las haciendas de henequén de Quintana Roo y Yucatán. Estos hechos históricos fueron narrados magistralmente por John Kenneth Turner en México Bárbaro y por Bruno Traven en La Rebelión de los Colgados


En tiempos más recientes, el caso más sonado de racismo ocurrió en contra de Yalitza Aparicio, una actriz y docente oaxaqueña, quien saltó a la fama por su actuación en la película Roma. Sin embargo, a causa de su umbral indígena, fue blanco de un lenguaje clasista y racista proveniente de personajes deleznables como Sergio Goyri y Laura Zapata. 


El escribano concluye: el águila azteca, a diferencia de Dorian Grey, debe mirarse en el espejo y reconocer que el racismo es una imperfección en el rostro de la sociedad mexicana. Asimismo, hay muchas maneras de ser y sentirse mexicano, no importa si uno es menonita de Chihuahua, maya chontal de Tabasco, alteño de Jalisco o afromexicano de la Costa Chica de Guerrero.

96 visualizaciones0 comentarios
bottom of page